Esta descripción nos hace imaginar a un moloso que fue el antepasado del actual Perro de San Bernardo, canes valientes, de una alzada impresionante, dotados de un excelente olfato y de un gran sentido de la orientación incluso bajo las peores tormentas. Poco a poco, fueron ampliando sus tareas junto a los monjes, que comenzaron a llevarlos consigo cuando les alertaban de algún tipo de accidente acaecido cerca del hospicio. Los perros demostraron una gran destreza en encontrar a los accidentados, incluso debajo de la nieve, por lo que no tardaron en destinarles a llevar a cabo esta tarea.
Desde entonces, muchas han sido las referencias que han quedado para la historia acerca de las hazañas protagonizadas por este perro. Entre ellas, encontramos las que extendieron por toda Europa los soldados de Napoleón que cruzaron el paso de montaña, quedando maravillados por las hazañas que escucharon y que también llegaron a presenciar.
ORÍGENES DE LA RAZA
No está nada claro cómo llegaron estos perros a esta región. Su origen sigue siendo algo muy controvertido y basado en teorías que no pueden demostrarse. Una de ellas alude a un origen tibetano del San Bernardo, de aquel perro inmortalizado en el bajorrelieve tallado en el siglo VII a.C., en un palacio de Nínibe, que tan similar resulta al actual San Bernardo.
El moloso tibetano era utilizado como perro de guarda en las montañas del Himalaya. Aristóteles definió al gran tibetano como «defensor de gran potencia» que luchaba con el tigre.
Buffón, en el siglo XVIII, dijo haber visto uno, el cual, sentado, medía más de cinco pies de alto (1,60 metros). Más tarde, en 1897, el alemán Siber escribe un libro en el que describe perfectamente a este moloso. Pero no queda claro cómo llegó este perro a las montañas de los Alpes. Podría haberlo hecho de la mano de los galos, allá por el 280 a.C., pueblo que se expandió por Asia Menor y llegó a ocupar Suiza, aunque también se contempla la posibilidad de que fueran los fenicios los que llevaron consigo a estos perros cuando llegaron a Grecia y Macedonia, llegando a Roma, donde lucharon en los circos contra fieras enormes como tigres o leones, así como para vigilar sus campamentos por todo el Imperio, como los que vigilaban el paso entre Suiza e Italia. Allí, las conjeturas apuntan a que los cruces con perros locales, como el Bouvier Suizo, dieron origen al que se convertiría en el perro nacional suizo.