Ante esta situación, tanto los señores como los cuidadores de sus tierras llegaron a la conclusión de que necesitaban la ayuda de un perro capaz de colaborar en la vigilancia nocturna y de neutralizar a los furtivos aunque sin recurrir a la violencia, pues las Leyes Forestales que imperaban en Inglaterra desde el siglo XII obligaban a los guardabosques a controlar a los ladrones sin causarles ningún daño y a entregarlos ilesos a la policía.
Dado que en aquella época no existía ningún perro capaz de desarrollar esta labor, se intentaron diferentes cruces entre razas grandes y valientes si bien el mejor resultado lo dio la combinación entre Bulldog y Mastiff. El Mastiff carecía de velocidad y el Bulldog no alcanzaba el tamaño suficiente para enfrentarse a cazadores ilegales pero de la mezcla de ambos se obtuvo un perro muy fuerte a la vez que ágil, veloz y de buen olfato. En un principio esta nueva raza se conoció como Gamekeeper's night dog (Perro nocturno de guardabosque) y fue justamente lo que andaban buscando sus creadores: un perro capaz de localizar, perseguir y atrapar a cualquier extraño en cualquier momento del día. Su parte de Bulldog le hacía ser más rápido y agresivo que el Mastiff, y su parte de Mastiff le convertía en un ejemplar más grande que el Bulldog pero menos agresivo. La apariencia de estos perros resultó ser impresionante, aunque, sin duda, lo que les hizo indispensables fue su carácter. Los guardabosques querían trabajadores impecables que pudieran seguir el rastro de los furtivos durante días sin que éstos se dieran cuenta por lo que debían ser especialmente resistentes y saber desenvolverse en cualquier terreno y bajo cualquier condición meteorológica. Pero, además de localizar y acechar, tendrían que saber derribar e inmovilizar al objetivo sin ser violentos. Así, se centraron en la obtención de perros fieles, obedientes, dóciles con el amo, inteligentes y perseverantes pero nunca agresivos pues se trataba de que no dañaran a los ladrones una vez que les habían atrapado.