Es indiscutible que nuestras mascotas necesitan cariño, atención, dedicación y cuidados. El problema es que resulta muy difícil negar cualquier capricho a ese cachorro de andares inseguros, curioso y aventurero que nos hace reír con sus travesuras. Pero prueba a explicarle cuando se va haciendo mayor que ya no puede huir con tu zapato mientras tú le persigues por toda la casa (una de las cosas más divertidas para él) o que ya no puede subirse a un sillón. Y da igual que sea un perro pequeño o grande porque aunque los destrozos no son los mismos, la incomodidad de estar siempre detrás del animal sí lo es. Cuando le hemos enseñado que es el consentido de la casa, hará lo que le dé la gana y cada vez demandará más atención por parte de los miembros de la familia sobre todo porque lo normal es que, una vez que vaya creciendo, la novedad pasará y ya no jugaremos tanto con él ni nos hará tanta gracia. Él se dará cuenta y hará lo que sea necesario para que le hagamos caso aunque sea para regañarlo o castigarlo.
Aquí empezarán los problemas. Puede que volvamos a casa y encontremos cojines destrozados, orina por todos los lados… o quizá no pare de ladrar, de demandar comida en la mesa, de exigir que juguemos con él o que le saquemos a pasear… Desde luego conseguirá lo que se propone: llamar nuestra atención. Si ladra y le hablamos suavemente para intentar tranquilizarle o si le regañamos y castigamos por sus travesuras lo único que haremos es seguir potenciando estos comportamientos negativos.
¿Por qué salta sobre nosotros cuando llegamos a casa o por qué en un descuido nos roba un calcetín? Pues porque al saludarnos le damos palmadas y le hablamos con cariño y porque cuando el pequeño ladronzuelo sale corriendo con su botín nosotros vamos detrás. La mejor opción, ignorarle. Cuando vea que no consigue su objetivo, cesarán sus malas conductas.