Está claro que lo primero que tenemos que hacer es realizar una consulta veterinaria para descartar lesiones, traumatismos, infecciones, parásitos, alergias... Una vez descartada la enfermedad, es posible que nos confirmen que el problema radica en que este comportamiento se ha establecido a través de un “mal hábito” y que necesitamos realizar un “cambio de costumbres”, modificar el comportamiento, cambiar ese hábito de nuestro perro. Ya sabemos que modificar comportamientos aprendidos y enraizados en el repertorio de nuestro perro supone acometer una labor complicada, más cuando se encuentra muy establecido, cuando lo ha realizado durante un largo periodo o con gran intensidad, requerirá tiempo y nadie nos podrá garantizar el éxito. Se trata de una tarea difícil, aunque no imposible, pero tenemos que ser conscientes de que tendremos que ser muy sistemáticos y contar con la colaboración de toda la familia.
Éste es uno de esos comportamientos con distintas connotaciones en humanos, en los que hablaríamos de autodestrucción, autoabuso, autoflagelación, autoagresión o autolesión, lo que constituyen prácticas consistentes en la producción de heridas sobre el propio cuerpo, heridas que en muchas ocasiones se producen por cuestiones de moda, estéticas y/o grupales (tatuajes, piercings, cortes, etcétera), algo muy frecuente en nuestros días. La complejidad humana nos lleva hasta casos de la búsqueda del placer sexual a través del dolor, son los casos de masoquistas y sados. Además, tenemos aquellos individuos que sufren algún trastorno psicológico. El caso extremo es el suicidio.
No parece que éstas sean razones a aplicar en el sensato reino animal, en el que se lucha por la supervivencia y se requiere de todas las energías disponibles para sobrevivir. A día de hoy no tengo noticias de que algún animal se haya autolesionado para causarse la muerte de forma intecionada. Sí he oído historias de perros que han recorrido cientos de kilómetros en busca de sus amos y han llegado en un estado físico débil, moribundos, animales que se han mordido una pata para liberarse de una trampa y sobrevivir (aunque mermados físicamente), pero no la búsqueda de la autodestrucción voluntaria y consciente.
PRINCIPALES CAUSAS
En nuestros perros, las causas más frecuentes del problema, descartadas las cuestiones de salud, pueden ser muy diversas:
-Presencia de un dolor, cosquilleo o irritación en el área (que no podemos detectar, tal vez lo más probable), pero que el animal consigue aliviar con el lamido que produce un círculo que se retroalimenta: el lamido alivia el malestar y al mismo tiempo causa más irritación en el área, lo que induce más el lamido que... Y esto se convierte en un hábito.
-Estrés. Cuando un perro está estresado, uno de los modos más rápidos de aliviarlo es mordisqueando, más o menos como los humanos con la comida o los chicles, y cuando no hay nada mejor ni más cerca “una pata vale”.
-Ansiedad por separación, dificultades para aceptar la ausencia del amo.
-Aburrimiento, entorno con pobre estimulación.
-Atraer la atención del amo. Se menciona aunque parece dudoso. Estaríamos hablando de un proceso de aprendizaje.
-Puede existir cierta predisposición genética.
-Un comportamiento aprendido o que haya sido reforzado, sin darnos cuenta, en un principio.
-Un comportamiento estereotipado (inicial actividad de desplazamiento). Son comportamientos anormales caracterizados por acciones repetitivas y persistentes, relativamente invariables, sin función obvia, que parecen tener un objetivo pero fuera de contexto (por ejemplo asearse, comer, caminar) e interfieren con el comportamiento normal. (Metzel R., 2006).
-Comportamiento/transtorno obsesivo compulsivo, fruto del estrés.
-Placer. El lameteo le produce alivio.
-Hábito inducido. Por ejemplo, después de estar mordisqueando un hueso de caña o uno de colágeno, por lo general las patas delanteras del perro quedan impregnadas y comienza a lamerse).
ASÍ SE MANIFIESTA
Algunas de las conductas más frecuentemente efectuadas por estos animales son:
-Persecución de la cola o miembros con o sin autolaceración y/o automutilación.
-Granuloma acral por lamido (herida provocada por el lamido constante).
-Succión de los flancos o patas.
-Enrrollamiento de la piel (hiperestesia felina).
-Succión-masticación de lana (u otros tejidos) con o sin ingestión.
CÓMO CORREGIR EL PROBLEMA
Podemos intentar atajar estos comportamientos con una serie de acciones encaminadas a combatir las principales causas del problema que hemos contemplado. Comenzaremos por enriquecer el entorno del perro, estimularlo adecuadamente mediante la disponibilidad de juguetes interactivos con los que pueda entretenerse en nuestra ausencia (kongs rellenos), esconderle los juguetes rellenos con su ración de comida de modo que tenga que encontrarlos por la casa (haciendo uso de su olfato) y lograr así que nosotros dejemos de ser el centro de su universo y que pueda encontrar cosas más interesantes (y necesarias) que hacer para su supervivencia. Otra vía para lograrlo pasa por iniciar la secuencia de rutinas encaminadas a reducir la ansiedad por separación. Podemos acostumbrar al perro a estar solo aunque estemos en casa, a disfrutar con sus «actividades propias», proporcionándole juguetes y actividades que le permitan entretenerse. Trabajaremos en positivo los intervalos que se queda solo (mientras vemos la televisión, por ejemplo) y evitaremos prestar atención al perro antes de salir. Si mostramos nuestro enfado antes de irnos y le «leemos la cartilla» no lo entenderá y sólo servirá para que perciba un mayor cambio entre nuestra presencia y nuestra partida. Todo lo que cause estrés y ansiedad en nuestro perro sólo conseguirá empeorar la situación. Lo mismo se aplica a nuestra llegada. Para reducir ese estrés, debemos intentar atenuar los factores estresantes y que puedan causar frustración, por ejemplo, evitar ruidos excesivos, excitabilidad o la realización de juegos que observemos que causan ese efecto en el perro, así como impedir que pase excesivo frío o calor, evitar correcciones, no permitir que pase sed o hambre y eliminar los ruidos fuertes o repentinos.
También será de gran ayuda establecer un lugar propio para el perro, su santuario, un lugar cómodo (con colchoneta) donde pueda descansar sin ser molestado. Incrementar su confianza se convierte en un provechoso recurso, y lo lograremos a través de juegos, obediencia y manejo en positivo. Incluso inculcar en él la necesidad de que se tenga que “ganar” todas las atenciones, premios y refuerzos (incluso su comida). Para ello, tan sólo le prestaremos atención (con caricias, palabras y miradas) cuando haga algo que le hemos pedido (“sienta”, “échate”, “quieto”, “ven aquí”, “a tu sitio”, etcétera).
Si se lame por la noche por sentirse aislado, podemos probar si la situación mejora al estar en nuestra habitación, dentro de una jaula de transporte. Será muy importante evitar los castigos y corregir al perro, el castigo sólo conseguirá empeorar el problema, incrementará los niveles de estrés y ansiedad. Puede que consigamos que el perro no se lama en nuestras presencia, pero el problema se agravará cuando se quede sólo (por más que muchos propietarios insistan en que el perro se muestra «culpable», algo que supera las capacidades del perro y es un claro ejemplo de antropomorfismo). Especial relevancia adquiere el hecho de evitar que tenga la posibilidad de realizar ese comportamiento en nuestra ausencia. Cuando estamos presentes, estaremos muy pendientes para no permitirle lamer la zona. En el momento en que lo intente realizaremos un ruido repentino y centraremos su atención en un juguete. Se trata de distraer su atención y ofrecerle un comportamiento alternativo que premiaremos. Si se hace necesario, recurriremos al collar isabelino para que no pueda tener la posibilidad de lamerse. Esto deberá ir acompañado de la presentación de “otras actividades” que premiaremos, como ofreciéndole jugar o mordisquear sus juguetes rellenos de comida y nuestra atención. También podemos limitar el espacio al que tiene acceso el perro, restringiéndole en un área que le resulte confortable.
Como causa externa al perro, podemos revisar el tipo de champú que utilizamos en sus baños, reducir la frecuencia de los mismos y asegurarnos de que realizamos un buen aclarado para descartar que las molestias sean las que inducen el comportamiento. Como siempre, resulta imprescindible que anotemos los progresos que observamos y que tengamos claro que el problema requerirá tiempo y mucha constancia por nuestra parte. Durante el proceso se producirán altibajos, pero debemos persistir.
Bibliografía
-Solo en casa. La ansiedad por separación canina. James O´Heare
-Neuropsicología. James O´Heare