Es indiscutible que las condiciones de vida de nuestros perros han mejorado. Ya forman parte de la familia y viven bajo techo con las mismas condiciones que sus amos (sin sufrir la intemperie); su alimentación ha mejorado y es más equilibrada, están más controlados y sufren menos accidentes, además, la atención veterinaria se ha especializado y son considerados y atendidos de forma individual, con visitas regulares y con mimo. Todo esto hace que también nuestros perros sean cada vez más longevos, lo que hace que convivamos durante más años, de forma más estrecha, compartiendo también el período de enfermedad, lo que hace que se establezcan vínculos todavía más fuertes.

MÁS AÑOS, POR FAVOR
Indistintamente si son 12 ó 18 años, hay algunas decisiones básicas que podemos tomar para mejorar la calidad de vida de nuestro perro en esta etapa final, lo han dado todo y ahora es el momento de mostrarles nuestro agradecimiento y amor. Lo más importante es que una vez que nuestro perro cumple los diez años, deberíamos realizar visitas periódicas a nuestro veterinario (al menos cada seis meses) para valorar su estado de salud y tomar las medidas oportunas para adecuar su alimentación.
Con la edad, lo normal es que aparezcan problemas articulares, de hígado o riñón, cáncer, hipotiroidismo, epilepsia, tumores, disfunción cognitiva, problemas geriátricos degenerativos y también problemas de comportamiento, y nuestro veterinario podrá detectarlos y aconsejarnos antes de que la situación se complique y deteriore la calidad de vida de nuestro perro.
En nuestro perro anciano, nos resultarán fácilmente reconocibles algunos cambios que afectarán a su comportamiento y al modo de interaccionar con nosotros:
■ Menor interés por lo que ocurre en el entorno y por la interacción social. Fruto del deterioro de los sentidos, y por la disminución en la respuesta ante los estímulos, nuestro perro se encuentra algo «desconectado», además de que le cuesta realizar algunos movimientos, por el dolor articular, se lo piensa bien antes de mostrar interés por lo que sucede en el entorno.
■ Incremento de peso, que es necesario controlar con una dieta adecuada para sus necesidades. Los cambios metabólicos de su organismo son los responsables, más que un aporte excesivo de nutrientes. El incremento de la actividad física ya no es una opción disponible para controlar el peso. Además, deberemos estar atentos a ese exceso de peso, pues pondrá más presión sobre las ya frágiles articulaciones.
■ Se produce una alteración del sueño, con actividad nocturna y largos períodos de «siesta» a lo largo del día. Los ritmos circardianos se alteran y vuelve a pasar la mayor parte del tiempo comiendo y durmiendo (parece una regresión a los tiempos de cachorro, pero esta vez con una disminución progresiva de la actividad).
■ Dificultades para la regulación de la temperatura. Las temperaturas extremas, altas o bajas, descompensarán su frágil equilibrio. Tendremos que estar pendientes para evitar cambios bruscos y facilitar su termorregulación.
■ Deterioro de los sentidos (vista, oído, olfato) con una disminución del estado de alerta general. Probablemente, sea una de los primeros aspectos que detectamos los propietarios (el perro no nos oye y parece que le cuesta localizar los juguetes que le lanzamos). Esta pérdida sensorial genera que el perro acarree dificultad para reconocer incluso lugares familiares o a las personas de su entorno, crea además un cierto estado de confusión y problemas de orientación y puede provocar, incluso, que el perro se golpee con paredes u objetos.

El deterioro no ocurre por igual en todos los sentidos. Gusto, oído (comenzando por los sonidos de alta frecuencia) y vista (con opacidad del cristalino y falta de elasticidad para el enfoque) suelen estar más afectados, pero su sentido del olfato suele seguir operativo durante más tiempo, algo que podemos aprovechar utilizando juguetes rellenos con comida o para resolver los «puzles» durante unos minutos al día, lo cual le permitirá realizar una actividad mentalmente estimulante sin que le resulte físicamente excesiva.
■ Disminución de la velocidad de respuesta ante los estímulos. Su sistema nervioso es menos eficiente y más lento en la respuesta. Tanto la capacidad de percepción de estímulos como la de respuesta a éstos están disminuidas, por lo que todo necesita su tiempo para poner en marcha la maquinaria, situarse y producir una respuesta acorde. No es que se haya quedado sordo de repente o que con la edad se haya vuelto más terco, simplemente necesita más tiempo.
■ Aparecen comportamientos repetitivos (estereotipias). Movimientos de ida y vuelta, acicalado o mordisqueo de partes de su cuerpo, vocalizaciones persistentes, etcétera, que poco a poco irán sustituyéndose por períodos de sueño.
■ Problemas para controlar la micción y defecación. Después de años «sin hacer nada en casa», comenzamos a necesitar desempolvar la fregona. Algo que puede irritar y preocupar a algunos propietarios. En este caso hay pocas posibilidades de restablecer el comportamiento deseado a través del establecimiento de asociaciones, aprendizaje, ya que es un comportamiento que el perro tenía perfectamente establecido y que por la situación actual se ha desestabilizado y/o descontrolado. Ahora lo que se requiere es visitar al veterinario y atajar los problemas de salud que puedan estar causando ese descontrol (problemas renales, por ejemplo) o bien revisar la medicación por si alguno tuviese esos efectos no deseados. Por lo demás, es fácil de solucionar, tiempo, paciencia, fregona, un buen desinfectante y mucho amor, mientras podamos seguir «disfrutándolo».
■ Incremento de la irritabilidad, llegando a mostrarse inusualmente agresivo con otros perros o con los miembros (humanos) de la familia. Puede surgir el problema por cualquier roce, el cual nunca antes desencadenó esas reacciones. Una vez descartados los problemas físicos, pondremos especial atención para evitar esas situaciones y los enfrentamientos. éste no es el momento adecuado para traer a casa nuevos perros y/o cachorros. Nuestro perro necesita su espacio y su tiempo, manteniendo sus rutinas.
■ Aumento de las vocalizaciones (ladridos, gemidos). Es posible que un día nuestro perro, hasta ahora siempre un remanso de paz y calma, comience a ladrar a cosas que nadie más ve, ni oye. Nos acercaremos para calmarlo y atraer su atención hacia otras cosas para interrumpir ese comportamiento.
■ Su capacidad de aprendizaje se hace más lenta y disminuye su capacidad de concentración, por lo que, aunque puede seguir aprendiendo, tendremos que realizar más repeticiones y hacer las sesiones más cortas. Preferiblemente, ejercicios que no supongan grandes demandas físicas.
■ Incremento de los desórdenes relacionados con la ansiedad. Las fobias, de toda la vida, se generalizan y la respuesta se hace más fuerte, por ejemplo, la fobia a las tormentas o a los ruidos o con la ansiedad por separación (el perro llevará peor los períodos de aislamiento y se pueden complicar los comportamientos destructivos previos).

Evidentemente, todo esto ocurre en distintos grados y en función de ello se verá más o menos afectado el comportamiento de nuestro perro. En muchos casos, resulta complicada la posibilidad de llevar a cabo largos programas de modificación de conducta, tanto por las capacidades y condición de nuestro perro como el tiempo del que disponemos. Hay que conocer las limitaciones específicas de nuestro perro, ajustar nuestras expectativas y armarse de paciencia para orientar su comportamiento.