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Bobby y Tyras, dos buenos referentes de fidelidad hacia sus dueños

Bobby y Tyras, dos buenos referentes de fidelidad hacia sus dueños

Texto: Manuel Cruz.

Hablar de la fidelidad que el perro profesa al hombre es un tópico inevitable y, a la vez, una realidad incuestionable, que nos reafirma la milenaria amistad y el alto grado de verdadero compañerismo que, a lo largo de la historia, ha existido siempre entre ambos. Bobby y Tyras son dos buenos referentes de fidelidad hacia sus dueños, y este es el mejor momento de darlos a conocer, aunque sea solamente de manera somera.

El perro es un animal que ha acompañado durante milenios al hombre. La mayoría han sido ejemplares anónimos para la humanidad, aunque importantes para sus dueños; sin embargo, algunos otros han alcanzado gran popularidad.

LA CUNA DE «BOBBY»
La escocesa isla de Skye es cuna y a su vez ha dado nombre a uno de los Terriers más simpáticos, inteligentes y divertidos que existen: el Skye Terrier.

Estamos ante un simpático perro de compañía fiel y entregado por entero a su dueño. Estas preciadas cualidades le hicieron valedor de un puesto de honor en los refinados salones aristocráticos y burgueses de la Inglaterra victoriana.

Por aquella época había en Edimburgo (Escocia) un simpático Skye llamado «Bobby». Éste acompañaba diariamente a su dueño al café, donde tenía una pequeña tertulia de amigos.

Tras la muerte de su dueño, y por muchos años, «Bobby» acudía en solitario al conocido establecimiento, donde era obsequiado con un panecillo. Seguidamente se encaminaba a la tumba de su difunto dueño donde, junto a ella, pasaba el resto del día. Allí murió de viejo en 1872. Este mismo año una baronesa financió la realización de una estatua de «Bobby», que fue colocada en una fuente de piedra cercana al cementerio parroquial de Greyfiars, donde el fiel can fue enterrado junto a su dueño. ¡Tengan los dos paz eterna!

Aprovechamos la ocasión para recordar que no es este el único homenaje escultórico funerario que se ha rendido a un perro. A partir del siglo XVIII muchos perros y gatos comenzaron a ser enterrados bajo monumentos funerarios, diseñados a semejanza de los del hombre. Si el interesado lector tiene ocasión de visitar el Museo Histórico de Lorrain, en la francesa ciudad de Nancy, podrá admirar la maqueta de un monumento funerario, de poco más de 30 centímetros de altura, diseñada y realizada en 1780 por el escultor francés Clodion para una perrita Terrier llamada «Ninett». Es una verdadera obra de arte en miniatura.

«TYRAS» Y EL CANCILLER
El 1 de abril de 1815, en el seno de una distinguida familia, nació en la localidad prusiana de Schönhausen (49 kilómetros al nordeste de Francfort) un niño al que acristianaron con el nombre de Otto von Bismarck. Nadie podía sospechar entonces que la neófita criatura llegaría a ser uno de los personajes más importantes de la política europea durante la segunda mitad de la decimonónica centuria.

Cuando a la edad de 56 años Bismarck se encontraba en la madurez de su carrera política, el emperador Guillermo I de Prusia le nombró canciller imperial. Él fue el verdadero artífice que consolidó la unificación del imperio germano, y también el creador e impulsor de la seguridad social médica y de un sistema de jubilación para los trabajadores.

Tyras fue esculpido junto a su dueño tras la muerte de éste.

Aunque Bismarck era un hombre plenamente entregado a las funciones de estado, esto no fue óbice ni cortapisa para que al mismo tiempo disfrutase de una vida familiar apacible y hogareña, en compañía de su mujer, Johanna von Puttkamer, sus tres hijos y un maravilloso ejemplar de Dogo Alemán al que puso el nombre de «Tyras». Era tal el cariño que este perro sentía por su dueño que, cuando éste regresaba a su residencia de Friedrichsruh jamás se separaba de él, incluso dormitaba junto a sus pies cerca de la chimenea.

Se cuenta que todas la mañanas, cuando Bismarck cruzaba el jardín de su residencia para dirigirse a la cancillería, iba siempre escoltado hasta la puerta principal por su fiel e inseparable amigo canino. Cierto día el canciller, en lugar de salir como de costumbre por la puerta principal, lo hizo por otra pequeña situada en la parte posterior del jardín de su residencia, donde dejó olvidado su inseparable bastón.

Cuando «Tyras» advirtió el olvido, no se separó de él hasta que, transcurridas unas horas, su amo regresó para recuperarlo. Durante todo ese tiempo «Tyras» se ocupó de disuadir con fuertes y enérgicos ladridos a cuantos osaron acercarse a recoger el bastón de su dueño.

Posiblemente si «Tyras» no hubiese tenido un amo tan conspicuo, su nombre no hubiese sido recordado por la historia. En cualquier caso, para el «canciller de hierro» «Tyras» fue siempre uno de sus más leales y fieles colaboradores y su más inseparable compañero, sobre todo cuando a partir de 1890 fue destituido de su puesto por el emperador Guillermo II. Entonces se retiró con su mujer y su perro a una tranquila propiedad en las cercanías de Hamburgo.

A Bismarck, tras su muerte, le fue erigido un bonito monumento en la plaza de la República de los románticos jardines de la urbanización Halensee, en el barrio berlinés de Grunewald, cuyo fundador fue el homenajeado canciller alemán. La obra fue encargada a un prestigioso escultor de la época llamado Reinhold Begas, que inmortalizó en bronce al canciller junto a su inseparable «Tyras». En el año 1938, el monumento fue trasladado al Grossen Stern.

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