Pasa con el dogo español, para fortuna de todos, que pese a su “perpetua” caída, constante en los últimos cien años, nunca se disolvió, de manera absoluta, en el mar de los olvidos.
Demasiados años de retazos, incapaz de persistir en algo que no fuese poco más que un testimonio residual de nuestros perros de presa, terminó despertando un cierto sentido de responsabilidad en un reducido grupo de entusiastas, patrios y foráneos, en el crepúsculo de la primera década del presente siglo. Determinante, en este sentido, fue la involucración de personas tanto de dentro como de fuera de nuestro país y que habían participado, de diferente forma, en procesos de esta naturaleza, como por ejemplo la recuperación del Alano español o del propio Cane Corso.