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Foto: François Nicaise.
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Foto: François Nicaise.

Lhasa Apso: la historia de un tibetano ilustre

Texto: Antonio López Espada.

Apso Seng Kye es la voz con la que se conoce en su país de origen, Tíbet, al Lhasa Apso. Literalmente, se traduce como «perro león peludo», aunque en todo el mundo, incluso en el país oriental, cuando se habla de esta raza se entona el nombre Apso. Siguiendo con la onomástica de este perro, encontramos denominaciones que aluden o han aludido al Lhasa tales como «perro talismán», shantung terrier, sheng trou o terrier tibetano. Este último nombre es más genérico que los anteriores, ya que englobaba varias razas que poco o nada tenían que ver una con la otra.

Esta situación se resuelve en 1930, fecha en la que se separó de manera formal al Terrier Tibetano de gran tamaño, un perro pastor, del Lhasa Apso.

Si atendemos a la forma de llamarlo de un nativo tibetano, escucharemos la palabra apso o «apsok», como así lo transcribiríamos. En tibetano, a las pequeñas cabras de los rebaños de sus pastores se las llama «rapso». Estas cabras, además de pequeñas, cuentan con un largo pelaje y son muy ágiles, efectuando saltos asombrosos casi sin esfuerzo. Después de constatar la misma agilidad y una aproximada capacidad de salto en estos pequeños perros, se comenzó a asimilarlos incluso en el nombre. A partir de ahí, se le añadió como primer apelativo el Lhasa haciendo clara alusión a la capital del país himalayo, por lo que se ha deducido que este nombre se le puso desde fuera de estas fronteras.

REENCARNACIONES

Estamos ante una de las razas de perro de compañía más antigua. Las primeras referencias lo sitúan en os monasterios tibetanos, acompañando a los monjes y realizando también funciones de perro guardián de las propiedades del monasterio. Allí disfrutaban de grandes privilegios y de un trato muy especial, ya que la creencia desde los primeros momentos de la raza era que cuando un monje moría, podía volver al monasterio reencarnado en un Lhasa Apso, y cuando uno de estos perros moría, un humano recién nacido se convertía en la siguiente reencarnación.

En este sentido, es de destacar la gran sensibilidad que los monjes y los budistas en general demuestran hacia los animales, pues sostienen que mirando a uno de ellos pueden estar delante de algún ser querido reencarnado en ese animal.

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