Es una reacción que nos puede resultar de gran ayuda para seguir vivos, poner tierra de por medio ante lo desconocido o lo que percibimos como una amenaza; cuando no somos capaces de superarlo puede llegar a convertirse en una fobia de distinto grado (en algunos casos la sola mención o proximidad de la fuente de nuestros temores produce que se nos pongan los pelos de punta).
En situaciones especiales, si nos encontramos muy sensibilizados, hasta una «sombra» puede hacernos reaccionar (los directores de cine lo saben y lo utilizan con gran habilidad en sus trabajos). Nuestros perros son igualmente susceptibles de tener reacciones de miedo ante situaciones que no pueden controlar, «que se escapan a su comprensión» o que tienen asociadas con situaciones previas desagradables. Los humanos jugamos con ventaja, tenemos mayor agudeza visual, mejor visión binocular (mayor profundidad de campo), percibimos una gran variedad de colores, mejor capacidad de enfoque, peor capacidad olfativa pero un rico idioma, capacidad de razonamiento y mayor capacidad de anticipar las situaciones, lo que nos permite disponer de más información, y pese a ello también nos asustamos, mostramos nuestro miedo.
Si bien el miedo a los sonidos es la reacción que aparece con más frecuencia en nuestros perros, también nos podemos encontrar con:
De todos es conocido el excelente olfato de nuestros perros, probablemente su sentido más desarrollado
EL MIEDO A LOS OLORES
De todos es conocido el excelente olfato de nuestros perros, probablemente su sentido más desarrollado, algo que escapa de nuestra comprensión e imaginación (150 millones de células olfativas, +/- 75 millones según la especialización de la raza, frente a los cinco millones de los humanos; distribuidas en una superficie de 80 a 200 centímetros cuadrados en función del tamaño del perro). Esto quiere decir que requieren una concentración mucho menor del olor en cuestión para poder detectarlo. Esta es la razón por la que se utilizan para la detección de drogas, explosivos y para el rastreo; en la actualidad, también para la detección de melanomas, por ejemplo. Esto es aplicable tanto para los olores agradables y placenteros (comida...) como para los menos agradables (clínicas veterinarias, por ejemplo).
Evidentemente, en la naturaleza ese sentido «hiperdesarrollado» es una excelente arma para localizar posibles presas, reconocer a los miembros de la manada y los límites del territorio, la presencia de intrusos, anticipar la proximidad de posibles depredadores, etc.: toda una herramienta que ayuda a sobrellevar y garantizar la supervivencia del individuo, de la manada y de la especie.
El hombre ha ido seleccionando y especializando a distintas razas en función de sus capacidades, dedicando, inicialmente, a los perros con una capacidad olfativa más desarrollada a las tareas de caza (rastro y cobro) y de búsqueda.
Los perros tienen capacidad para detectar tanto sustancias volátiles «venteando» (cavidad nasal), como sustancias poco volátiles «relamiéndose» (con el órgano vomeronasal o de Jacobson).
Quién le iba a decir a nuestro canis lupus familiaris que ese sentido hiperdesarrollado podría ser también la fuente de algunos problemas en su convivencia con los humanos.
EN LAS CLÍNICAS VETERINARIAS
No es inusual que el perro asocie las experiencias negativas que haya podido tener en ese lugar con el característico olor de la misma y que en futuras ocasiones rehuse aproximarse (llegando algunos a hacer todo lo posible para evitar esa calle).
EN SITUACIONES EN QUE NOSOTROS NO PERCIBIMOS NADA
Y nos da la impresión de que nuestro perro «ve fantasmas», se asusta ante «un algo invisible» (concentraciones de basura, mataderos, circos con animales, zoos, establos, etcétera). En ocasiones hay perros que rehusan aproximarse a una persona que a nuestros ojos (principal sentido de valoración del entorno para nosotros) aparenta ser completamente normal.
- En «pipicans», parques, lugares muy visitados por otros perros y con una pobre higiene.
Con frecuencia, si el lugar es muy visitado por los perros del barrio y la limpieza no es regular, el perro se niega a aproximarse o a entrar. También lo he encontrado en esquinas o portales de «botellón» y todas sus consecuencias, que dejan un intenso olor que el perro tratará de evitar por todos los medios.
- En lugares en los que otros perros han descargado sus glándulas anales (con su apestoso olor a pescado podrido).
Una señal de que ese lugar es potencialmente peligroso para los de su raza. Recuerdo el caso de un perro que sufrió una experiencia desagradable en una de esas mini puertas de seguridad de los bancos (de «tele transporte») y descargó sus glándulas. Pese a la limpieza y desinfección del lugar luego resultaba ser un punto de aproximación con cautela o de evitación para él y para otros perros.
Con frecuencia ocurre que el perro asocia una experiencia desagradable, o situación de temor, con el olor que lo rodea en ese momento y en futuras ocasiones muestra una reacción similar ante la sola presencia del olor. En ocasiones, o lo encontramos en el perro que encuentra a una persona tumbada en la calle, entre cartones; inicialmente, esa visión inusual y el olor asociado puede provocar una fuerte reacción de recelo que en futuras ocasiones se desencadenará con anticipación al detectar el olor en la distancia (si el viento lo favorece), aunque no se encuentre en nuestro campo visual.

Otra situación en la que podemos encontrarnos asociaciones de este tipo es en el caso del cachorro que hace sus necesidades en casa (pis) y al que el amo corrige con severidad.
- En una reacción de temor causada por un olor intenso, suele ser frecuente que nuestro perro se pare, trate de localizar e identificar el olor y en función
de la información obtenida (intensidad y reconocimiento del mismo) aproximarse con cautela, pasito a pasito, «medio aplastado», erizado, con cabeza baja o venteando el aire, con todos los sentidos alerta y siempre preparado para retroceder o salir corriendo si se presenta algún otro estímulo inesperado.
Si el olor es muy intenso, es incapaz de identificarlo o va asociado con sonidos o movimientos bruscos que proceden de la misma dirección, es muy probable que el perro comience a retroceder, ladrando en ocasiones, hasta establecer un área crítica (distancia) que considere segura, para proceder desde allí a una nueva inspección o seguir corriendo. Muy probablemente, durante todo el camino de retirada se mantenga erizado y con continuas vocalizaciones, claras muestras de su inseguridad.
Superado el impacto inicial, muy probablemente se presente una lucha entre la curiosidad por identificarlo (por si fuese de interés o comestible) y el querer olvidarse y poner tierra de por medio (en caso de que le cause daño) para encontrar un lugar alejado en el que sentirse más seguro.
Si finalmente llega a aproximarse a la «fuente» y la identifica, adoptará una posición insegura inicial para pasar luego a lamerse, sacudirse, realizar estiramientos y/o hacer alguna carrera como si fuese un cachorrillo asustado (en los casos en que está sin correa), intentando buscar nuestra protección. Lo más probable es que luego siga buscando para encontrar algún sitio próximo donde orinar, para relajarse y establecerlo como territorio conocido.
Lo más importante en este tipo de miedos es interpretar el lenguaje corporal del perro, la única referencia que nos indicará qué es lo que ocurre (salvo que el olor sea tan intenso que hasta nosotros seamos capaces de percibirlo).
1. Cuando nuestro perro se muestra inseguro ante este tipo de situaciones lo que debemos hacer es:
Poner la correa larga, enganchada en un collar fijo (si tenemos un collar de estrangulamiento lo bloquearemos de forma que en ningún caso el perro sienta tirones), y nos esforzaremos por evitar la tensión de la correa para impedir que pueda establecer más asociaciones negativas con la situación ya de por sí desagradable para él.
2. Nos colocaremos entre nuestro perro y la fuente de la sospecha (el olor intenso). El objetivo es lograr que el perro perciba que no hay nada que temer y recupere un nivel de confianza suficiente que le permita aproximarse a ese lugar.
3. Durante este proceso nos mantendremos callados, adoptando una posición neutra y esperando pacientemente hasta que el perro recupere su confianza.
Premiaremos cualquier aproximación que realice por propia voluntad. Es importante recordar que no debemos prestarle atención (ni hablarle, ni mirarle) mientras da muestras de inseguridad, reservándonos para aquellos momentos en los que se muestra más confiado (hace intentos de aproximación, se relaja, deja de retroceder o simplemente se atreve a mirar). Si se pone a ladrar o gruñir lo ignoraremos. Por lo general, en esta fase el perro rehusará los premios de comida.
4. Una vez que el perro acepta la situación, si vemos que su estado de ansiedad es bajo, podemos alejarnos y volvernos a aproximar al punto que desencadenó su reacción inicial, premiándolo en cada una de las ocasiones en que se aproxima sin mostrar temor.
5. Otra opción es actuar sobre el entorno que causa esta reacción en nuestro perro, reduciendo la intensidad del olor o bien haciendo que nuestro perro establezca tan sólo asociaciones positivas con el mismo. Por ejemplo: comienzan a utilizarse en las clínicas veterinarias las feromonas sintéticas DAP (Dog Appeasing Pheromone) para hacer más agradable el entorno para el perro y reducir las asociaciones negativas.
En una reacción de terror, causada por olor intenso, suele ser frecuente que nuestro perro se pare
Hemos de tener siempre presente que si nuestro perro muestra miedo ante alguna situación (olor) en el entorno deberemos tratar de comprenderla y ayudarle a superarla, y evitar por todos los medios hacer uso de la correa a modo de resorte para dar un tirón, ya que esto lo único que hará es que el perro confirme que sus primeras sospechas son ciertas, «eso me atemoriza y además me causa dolor» (el dolor que experimenta pasa a ser una razón más para temer el objeto en cuestión).
Como ya hemos remarcado en numerosas ocasiones, lo mejor es prevenir, y ese objetivo lo alcanzaremos dedicando tiempo a la socialización del cachorro, de modo que durante ese periodo tan importante de su existencia tenga la posibilidad de exponerse y «absorber» el mayor número posible de situaciones. Aislar al cachorro en su etapa de socialización nos obligará a tener que realizar largas terapias (con pocas garantías de éxito) durante el resto de su vida.
Bibliografía: ¡Guau!; Javier de Miguel; Ateles editores.