Como consecuencia de ese apego entre perro y amo, algunos estudiosos de la raza atribuyen a Bismarck un papel fundamental tanto en la popularización internacional del Dogo Alemán como, en sentido inverso, en la incorporación a la cinología alemana de perros de apariencia semejante que iba conociendo y adquiriendo con motivo de algunos de sus viajes de estado, que le llevaron por toda la Europa de su tiempo. De la pasión de Bismarck por su perro han quedado numerosas anécdotas para la posteridad. La más simpática de ellas, por lo elocuentemente que describe el modo de entender la vida que tiene el Dogo Alemán, es la que narra que, siendo ya perro y canciller muy mayores, olvidó éste su bastón en un banco en el que había descansado durante su paseo cotidiano acompañado de «Tyras». Según testigos del hecho, el perro permaneció guardando el bastón hasta el día siguiente, más de veinticuatro horas ininterrumpidas, a lo largo de las cuales impidió amenazadoramente que se aproximara al mismo a todo aquel que intentó recuperarlo. «Tyras» falleció tan sólo un par de años antes que su ilustre propietario. Algunos historiadores, conjugando fechas, atribuyen al perro a su muerte la muy impresionante edad de 22 años. Otros, sin embargo, se inclinan por creer que hubo varios «Tyras» consecutivos en la vida del Canciller.